Duke no está
Mi amigo se fue y no volverá.
"Mi meta en la vida es ser tan buena persona como mi perro cree que soy"
Mi perro nunca fue mío.
Un día de diciembre de hace 15 o 16 años a mis primos les vendieron un cachorro de labrador... los estafaron; era la segunda vez que los estafaban con una mascota (la primera fueron dos "hamsters" que luego se volvieron ratones); este perrito tenía el color y el tamaño de un cachorro de labrador pero conforme fue creciendo solo llegó a ser ladrador. Nuestro ladrador.
Duke se pasó varios días sin nombre: no nos podíamos poner de acuerdo. Para cuando nos dimos cuenta, la empleada de la casa de mis primos ya le llamaba Duque y él respondía a su llamado. Lo único que le quedó al ingenio de mi primo fue ponerle una "k" al nombre para que el bautizo de su perro no fuera un contundente alarde de poca imaginación.
Duke se dormía en mi panza cuando yo aún no tenía panza y él era un pequeñito que parecía hecho de algodón y gases. Sus dueños, mis primos, al poco tiempo se fueron a vivir a otro país, y así nos quedamos solos. Su casa fue la azotea del tercer piso de mis abuelos: su dominio al lado del mío; eramos vecinos, eramos dos. El resto eran visitas.
Duke me vio llegar temprano y tarde, bien y mal, me acompañó a ver tele y a mirar la nada, me ayudó a superar algunos problemas tan solo con su presencia.
Justificaba la frase "más conozco a la gente, más quiero a mi perro". Siempre me recibía contento, siempre quería jugar y siempre que estuve triste se me acercaba como sabiendo que necesitaba del cariño incondicional de un amigo noble, de esos que no hay, de los que uno sólo imagina su existencia y compañía.
Duke aullaba como un lobo cada vez que pasaba la ambulancia o alguna carretilla ofreciendo frutas; yo sé que él podía oír cosas que nosotros no, aunque nunca me pudo explicar qué. Siempre saludaba a mis amigos cuando venían a buscarme: subido en su silla miraba a la calle y respondía a sus silbidos ladrando y luego rascando mi puerta; así me avisaba que teníamos visita.
De a pocos me fui alejando de mi amigo; como muchos hacemos con nuestros abuelos, con nuestros amigos... la vida humana me fue arrastrando de su lado. Me mudé un piso para abajo. Luego un piso y una casa al lado.
Pasó el tiempo y otro cachorro - esta vez sí, muy mío - dormía en mi panza. Tuve la suerte de poder hacerlos jugar juntos, aunque siempre sentí que Duke le tenía celos a Gonzalo. Comprensible. Luego de un tiempo (este año) regresé a estar a un piso de él, pero a él lo mudaron un piso más para arriba. No es mi casa, no es mi perro, había poco que pudiera hacer.
En los últimos años siempre estaba un poco lloroso, al verlo, se alegraba pero al calmarse, un aire de melancolía lo invadía... y a mí también; me imagino que se acordaba, al igual que yo, de mejores años, de mejores juegos, de mis primos, de tiempos más desprovistos de preocupación para todos; de la libertad de correr por todo el tercer piso y de poder ladrar a sus anchas.
Había subido poco a visitarlo en estos últimos meses. En la última navidad cumplimos con la tradición de dejar que se pasee por toda la casa con su hueso grande. Si no fuera por su pelaje blanco acaramelado, podría jurar que ya pintaba canas. Dicen que ya no ladraba tanto, porque su oído ya no era el mismo.
En las últimas semanas, como hacía ya buen tiempo, salía a verme hasta el borde donde llegaba su pequeño dominio actual y yo le hablaba y le decía que ya pronto regresaría a jugar con él. Pocas veces lo hice. Me mata la culpa.
Hoy me dijeron que ya no estaba. Tuve que sentarme. Que hace días que no estaba. Y yo nunca lo noté. Salir temprano, llegar tarde, trabajar, ver a mi familia, pagar cuentas, etc... no lo noté. Subí a verlo y no estaba. Su casa vacía. No estaba su plato, no estaba. Duke no estaba más. Me puse a llorar, pero esta vez no estaba él para lamerme la barba y llorar conmigo.
Yo le regalé mi frazada hace años y me mataba de risa viendo como limpiaba su casa de madera. "Carajo si es más ordenado que uno...". No sé quien se la quitó. No voy a buscar culpables. Culpable soy yo, de no cuidar a mi amigo, el único que nunca me falló, que siempre me quiso de verdad. Estoy hecho mierda.
Nunca tuve un perro, porque en mi casa no había donde. Nunca tuve un perro porque el que tuve no era mío, los dos vivíamos en casa ajena. Nunca tuve un perro, pero perdí un perro y un amigo. Me fui yo y dejé que él se fuera. Y con él se va una parte de mí. Lo siento mucho gordito, de verdad. Nos volveremos a ver, te lo prometo.
"Si los perros no van al cielo, cuando yo muera, quiero ir a donde ellos van"
- Will Rogers.